martes, 31 de enero de 2017

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Entre las piedras, las ruinas, las bombas,
las balas, la televisión y el hambre,
hay personas.
Yo critico una diplomacia que defiende el interés
frente a la justicia.
He visto las bombas teñir la sangre de hermanos
en ceniza.
Tampoco entiendo a qué sabe la metralla,
pero sé que hay carne de cañón de sobra.
El problema
es la fraternidad fingida,
la máscara que tapa la tinta roja de un rostro cruel,
la sangre señalada para rellenar cargadores.
El comercio y la trata
donde vale más una bala que una vida
y el velo de muerte a la caída de un amigo
en un instante, representa la muerte interior,
la helada penumbra que arrastra a cada persona al no retorno,
y está tan frío como el corazón del diablo.
El muro de contención lógico que rompe la moral
un traumatismo desconocido e intratable.
Y hay quienes se atreven a ponerle un precio.
Yo lo único que puedo hacer es un poema
que oree la sangre del campo de batalla,
esto va por Jiménez y Machado,
por las explosiones no introspectivas
por los muertos,
y por cada niño que sepa dibujar el cielo,
la tierra, el sol, el mar... y un fusil.